
Piensen en una ciudad como Nueva York, París o Moscú. Tan grandes, tan llenas de gente, tan repletas de ocio y diversión. Pero al final del día cuando empieza a caer la noche, tantos corazones solos…
Perderse en una gran ciudad actualmente es prácticamente imposible. Llenos de aplicaciones y GPS es fácil encontrarse. Pero la tecnología no puede ayudarnos a no perdernos de nosotros mismos y de las cosas que anhelamos.
Pensar que justo en esa capital del mundo hay más personas vibrando igual que tú y unos cuantos lazos que nos unen resulta emocionante. No nacemos por casualidad y no lo hacemos en cualquier sitio. No llegan a nuestra vida personas que no necesitamos, hasta las que más nos duelen nos enseñan. Quererlas nunca, respetarlas siempre.
No hace falta vivir en una gran ciudad o pertenecer a una gran compañía solo hace falta estar centrado para no dejarnos invadir por sentimientos equivocados. Damos vueltas y vueltas en círculo, caminamos hacia atrás, queremos pasar rápido e ir deprisa para al final aprender que teníamos oro en nuestra manos y lo hemos cambiado por chatarra.
A veces tan perdidos, tan solos, tan paralizados, tan indecisos, tan equivocados, tan sordos y ciegos, tan orgullosos y tan infelices. Tan persiguiendo ni se sabe, tan detrás de una imagen y una ilusión óptica. Tan corriendo hacia ningún lado, tan convencidos por fuera y tan dudando por dentro. Tan negándonos a nosotros mismos y tan evidente que necesitamos despertar, quedarnos sin aire y volver a empezar.
Perdidos en la inmensidad de una ciudad, en medio de un océano o en una casa de sesenta metros, al final el resultado es el mismo. Un día caeremos y será bueno hacerlo. La diferencia será tener una red segura y algunos girasoles que nos ayuden.
Si algún día se encuentran vagando por ahí, llamen a un amigo y díganle “estoy perdido”, si es un buen amigo le cogerá de la mano y tendrá tiempo, no hará preguntas, solo escuchará y con Covid o sin él su abrazo aplacará sus penas. Palabrita de alguien que se perdió unas cuantas veces.