
La Tierra tarda 365 días en dar la vuelta al sol. Ese recorrido es el movimiento de traslación. Poco a poco va transitando alrededor del astro rey. Quizás demasiado despacio a veces, quizás excesivamente rápido en ocasiones.
En esos centenares de días no hay nadie que le impida a la Tierra cumplir su meta, y así año tras año hasta que el universo decida que no le concede ninguna oportunidad más porque los que la habitamos no supimos cuidarla como merecía y conservarla como él la creó.
365 días para vivir por primera vez nuevas experiencias, para respirar otro aire, oxigenar la sangre y la mente, sentir todo y nada y para conquistar metas profesionales y personales.
En nuestro propio movimiento de traslación debemos dejar que nos acompañe la paciencia. Esa virtud que no todos poseemos, que está en nuestro vocabulario, que exigimos a otros pero que aún no hemos alcanzado. Tal vez, aún nos falten unos cuantos movimientos de traslación.
Muchos días, horas, minutos y segundos para invertir en quien nos de vida, para hacer aquello que nos llene por dentro, para salir de nuestra zona de confort y para cuidarnos a nosotros mismos como nadie podrá hacerlo nunca.
365 colores para pintar nuestro camino blanco, para vivir sin sobrevivir porque la supervivencia es básica pero no tiene que ser nuestra meta definitiva. Y aunque haya circunstancias, situaciones que nos duelan el movimiento no para y el sol sale cada mañana aunque también lo hagan las lágrimas.
365 días para que el gusano se transforme en mariposa y pueda alzar el vuelo mostrando sus colores al cielo. Para pasar la página del libro, para cerrar la puerta, para afrontar las primeras veces pero aceptando que el hoy es hoy, que pasa lo que pasa y que cuando cese el movimiento de traslación de este 2020 volveremos a respirar aire limpio que curará nuestras heridas y hará de nosotros un nuevo “yo”.
365 días para que se haga la luz…y la luz se hizo más por su Fe que por la luz que no tenía fuerzas para volver a iluminar el camino de nadie.
365 días…